No voy a hablar de sofismos y discusiones semánticas del esteticismo aquí.
Es evidente que tampoco pregono la mentalidad de Dorian Gray; nunca hay que obsesionarse con la belleza física y la decadencia moral que acompaña a dicha obsesión.
Si bien quiero hablar de la belleza física, quiero hablar también de la belleza que no se ve, la belleza que llevamos en nuestro corazón.
Amo la Belleza y Odio la Fealdad, pero odio aún más la mediocridad, la inacción, la desidia.
No es un punto de vista maniqueo; no vivimos en una cosmología dualista, pero el gris es más feo que el negro, porque no es ni blanco ni negro, es nada.
Nuestro mundo no es particularmente bello o feo. Vivimos en un mundo dominado por la mediocridad y la decadencia. En la edad de la información, nuestros sentidos han sido desensibilizados a la belleza y fealdad. Lo extraordinario se vuelve ordinario, saturando nuestras percepciones. Sin embargo, percibimos horrores más que cualquier otra cosa. La producción masiva y el consumismo han sido diseñados para capturar al denominador más común de la población, al promedio de las personas. Perseguir novedades tiene más peso que contemplar y mejorar lo existente, llevándonos a experiencias que son satisfactorias momentáneamente, pero superficiales.
Al final del día, no importa dar más del mínimo necesario: en el trabajo, en las interacciones con los demás, en lo que hacemos y somos. Lo he hecho y lo han hecho ustedes, somos humanos y errar es humano.
No hacemos cosas especialmente feas o bonitas, no hacemos nada muy bueno o muy malo. No hacemos nada.
No le haré justicia a la vida y labor de Yukio Mishima en un par de párrafos, pero haré el intento. Mishima fue un autor japonés del siglo XX, extremadamente controversial y prominente, con obras discutiendo temas como la estética, la belleza, la muerte y homoerotismo, chocando valores tradicionales de Japón con influencias existenciales y destructoras del Occidente.
豊饒の海, Hōjō no Umi es una tetralogía de libros que habla de la naturaleza cíclica de la belleza y la destrucción, de reencarnación y la muerte, influenciado por sus propias fascinaciones del cuerpo humano, el valor de la fuerza física y la aceptación de la muerte como una parte fundamental de la vida.
En 仮面の告白, Kamen no Kokuhaku, su novela semi autobiográfica, narra la historia de un joven que sufre con su homosexualidad y el peso de la sociedad sobre él. La obsesión del protagonista con la belleza masculina y fuerza, refleja los conflictos de Mishima y la naturaleza de los deseos ocultos de las personas así como las máscaras que portamos para ocultarlos.
金閣寺, Kinkaku-ji complica la idea de la belleza aún más, al presentar un protagonista obsesionado con la belleza de un templo hasta que lo destruye, derivado de una noción retorcida: al destruir el templo, puede liberarse de su influencia sobre él. Tenemos un impulso destructivo intercalado con nuestra apreciación de la belleza, mostrando que nos puede impulsar a hacer cosas buenas y malas.
Por último, 太陽と鉄, Taiyō to Tetsu es su ensayo autobiográfico, en el que finalmente deja evidente su filosofía del cuerpo y espíritu. Cultivando el cuerpo y la fuerza es un camino a la trascendencia, el camino para conseguir la armonía entre cuerpo y alma, convirtiendo al físico en una obra de arte, un recipiente para el alma, de naturaleza efímera, constantemente batallando contra el paso del tiempo y la muerte. Su planteamiento sugiere una compleja relación con los conceptos de belleza y competencia, en la que la búsqueda de estos ideales tiene tanto que ver con la realización personal y existencial como con el rechazo de sus opuestos.
Mishima se suicidó cometiendo seppuku después de haber fracasado en su intento de golpe de estado para restaurar el poder del Emperador japonés, volviendo a los valores originales.
Su obra y vida demuestran que la belleza y el arte son inseparables de nuestra experiencia como humanos, incluidos sus aspectos más oscuros y dolorosos. No solo busca la belleza como una forma, también como un ideal, cargando un peso existencial manifestándose como un calvario personal y presión social.
Definitivamente no debemos de formar milicias tradicionalistas con el objetivo de volver a otros tiempos, Mishima definitivamente le tenía un desdén a la fealdad, pero aún más a la mediocridad, e hizo todo lo posible para erradicarla de su entorno, con resultados mixtos. Su legado es controversial, pero al menos dejó uno.
La visión de San Agustín sobre la belleza está presente en todas sus obras, sobre todo en Confessiones y en De Ordine (Sobre el orden). Para San Agustín, la belleza es tanto una propiedad del mundo físico como una cualidad espiritual que apunta hacia Dios, fuente última de toda belleza. Su famosa frase "Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva.", de Confessiones, resume su visión de la belleza divina como eterna, trascendente y verdadero objeto del anhelo humano.
San Agustín veía la belleza del mundo creado como un reflejo de la belleza de Dios, un medio a través del cual los seres humanos podían llegar a conocer y amar a Dios. Destacó el orden y la armonía de la creación, viendo en ella la obra de un creador divino, también habló de la belleza interior del alma, argumentando que la verdadera belleza se encontraba en la bondad y la virtud de la vida de una persona. Esta belleza interior refleja la relación con Dios y se nutre de la práctica de las virtudes y del amor a Dios. Para San Agustín, la atracción humana por la belleza era, en última instancia, un anhelo de Dios, y la belleza terrenal servía de señal hacia lo divino. Sin embargo, también advirtió del peligro de apegarse demasiado a las bellezas mundanas, que podrían distraer de la búsqueda de Dios.
Al final del día, las Confessiones son eso, la autobiografía de San Agustín antes y después de bautizarse como cristiano, reconociendo y confesando sus pecados, renunciando a su pasado maniqueo. A través de una vida llena de pecados y sufrimiento, llega a reconciliarse con sus imperfecciones no solo ante los hombres, pero ante Dios también.
Santo Tomás de Aquino, que escribió en el siglo XIII, proporcionó uno de los tratamientos más sistemáticos de la belleza dentro de la tradición cristiana en su Summa Theologica. Aquino definió la belleza como algo que tiene tres condiciones necesarias: integridad o perfección, debida proporción o armonía y claridad o brillo. Su concepción de la belleza es a la vez metafísica, relativa a la esencia de las cosas, y psicológica, que implica la percepción humana de la belleza.
Aquino considera la belleza como una propiedad trascendental del ser, estrechamente asociada a lo verdadero y a lo bueno. Para Aquino, todo lo que existe tiene un grado de belleza en la medida en que existe y refleja la perfección de Dios, distinguiendo entre la belleza que se aprehende a través de los sentidos, como la belleza de un paisaje o de una pieza musical, y la belleza intelectual que se aprecia a través de la mente, como la belleza de un argumento bien construido o el orden armonioso del cosmos. Al igual que San Agustín, Santo Tomás considera que la belleza procede en última instancia de Dios, la belleza suprema. La belleza en el mundo y en las creaciones humanas es una participación en la belleza divina, que conduce a la mente humana a la contemplación de Dios.
En el pensamiento cristiano, las apariencias físicas no son determinantes desde el punto de vista moral; es decir, la fealdad física no se equipara con la pecaminosidad o el fracaso moral. Las enseñanzas de Jesucristo en el Nuevo Testamento, por ejemplo, hacen hincapié en la valía de las personas independientemente de su condición social, su salud o su aspecto físico, centrándose en cambio en las acciones, las intenciones y el corazón de cada uno como la verdadera medida de la rectitud.
No quiero hacer el texto más espiritual de lo necesario, pero es imperante discutir los conceptos de Dharma y Adharma del Budismo e Hinduismo, ni siquiera voy a entrar en el ciclo de reencarnación y el samsara.
Dharma es un concepto complejo y polifacético que no tiene una traducción directa en las lenguas occidentales. Abarca el deber, la rectitud, la ley, la ética, la virtud y la forma correcta de vivir. El dharma se considera el principio que mantiene el orden cósmico y la armonía social; es lo que está bien en un sentido universal y a menudo varía según el papel de cada uno en la sociedad, la etapa de la vida y las circunstancias personales.
El adharma, por el contrario, es la negación del dharma. Representa la rectitud, la inmoralidad, la injusticia y las acciones que van en contra del orden cósmico y social. El adharma se asocia con el caos, el desorden y el daño a uno mismo y a los demás. El Mahabharata y Ramayana entran más a detalle.
En estas tradiciones religiosas y filosóficas, el dharma y el adharma sirven de principios rectores para la vida ética y el desarrollo espiritual, enmarcando las cuestiones morales y existenciales en términos de orden cósmico y social, más que en los términos estéticos que se suelen debatir en la filosofía y la teología occidentales. Considero que podemos aprender algo del dharma y el adharma, complementando lo discutido por los santos mencionados previamente.
A través de tres perspectivas distintas discutí la belleza y su relación con nuestro cuerpo y alma, siendo más importante la relación con esta última. Cada quién decide qué significado y propósito le da a su vida, pero definitivamente prefiero vivir en un páramo desolado con una flor efímera a vivir en este mundo, sin sufrimiento y sin placer.
Quiero y necesito vivir en un mundo bello, no basta solo con amar la belleza, hay que odiar a la fealdad. Nunca seremos perfectos, pero la búsqueda de la excelencia es mejor que nada. No hemos perdido nuestra alma, está a la espera de ser redefinida en nuestras vidas personales y colectivas. Para poder apreciar las cosas buenas, las cosas malas deben de existir. Tenemos que crear y creer cosas buenas y cosas malas, pero tenemos que creer y crear algo.
Quiero admirar la belleza, sentir lo sublime, pero quiero aún más tejer esa belleza en nuestra vida, en todo lo que somos y hacemos, encarnando en cada acto y pensamiento, trascendiendo de lo efímero a lo eterno.
Quiero una belleza no meramente superficial o física, quiero una belleza vinculada a la virtud, a la ética y a lo divino. Quiero una belleza espiritual y moral, desafiante de nuestra decadencia. Hay cosas que no podemos expresar en blanco y negro, solo con matices de gris, pero lo que podamos hacer blanco o negro, hagámoslo blanco o negro, siempre cuidando nuestra alma. Quiero revelar la belleza oculta en la existencia de todas las personas. Todos somos capaces de hacer algo hermoso o algo horrible.
Ojalá hagamos algo hermoso.
Ya las puse en el texto.